jueves, 1 de diciembre de 2016

Perfect day

Hace unos tres años, tenía 17. La decisión en casa era que estudiaría en Lima. Tendría que mudarme en el verano. Todavía recuerdo esos días. Estaba ansiosa por un lugar diferente, por ser independiente.

Era verano del 2014. Estudié mucho. Y me costó adaptarme. Lima tenía mucho ruido. La gente en el carro, en la universidad, en la calle era extraña. A veces me sorprendía con algunos gestos. Una vez una chica pagó mi pasaje, porque yo me había olvidado la cartera. Y otras veces me sentía muy frustrada, como cuando me robaron en un centro comercial.

Ahora, aquí sentada, sigo cuestionándome el tiempo. Sigo pensando en mi niñez y en cómo los años han pasado, quizá, demasiado rápido. No sé si sea propio de mí o es que esto nos pasa a todos. Cuando de la nada nos detenemos un momento porque escuchamos una canción que no escuchábamos hace mucho tiempo o cuando vemos algunas fotos de hace varios años.

Hace un año, cuando estaba en mi primer ciclo de la universidad, viajaba cada fin de semana que podía. Agarraba el celular un jueves o quizá el mismo viernes: “mamá, quiero viajar. Quiero verlos”. Creo que ellos también me extrañaban demasiado. A veces alistaba mi maleta casi automáticamente, sin saber en realidad por qué estaba volviendo, si yo había querido irme de allí. No entendía mi contradicción. Cuando tenía 15 años y estaba en Pasco, sentía que la ciudad me asfixiaba, que no me dejaba crecer. Y ahora que estaba un poco lejos, sentía la contradictoria necesidad de volver.

Cogía la maleta. Llenaba un poco de ropa para el frío. A veces, me deprimía no tener dinero suficiente como para llevarles algo a mis padres. Pero a ellos no les importaba. Cargaba la maleta desde el tercer piso, casi siempre apurada porque salía tarde. El taxi hasta el terminal se demoraba alrededor de cuarenta minutos. Mientras el carro zigzagueaba por las calles, yo recibía sus llamadas. “Hija, dónde estás… Cuídate mucho. Te esperamos”. Al llegar a mi asiento, me gustaba poner un poco de música en mi celular. Con los audífonos puestos miraba por la ventana. De tanto viajar, me había acostumbrado al olor nauseabundo que normalmente tienen los buses. El viaje ya no me chocaba. Viajaba de noche. Me gustaba la idea de cambiar de ciudad mientras dormía. Mis papás. Solo eso sentía en el corazón. Estar con ellos el siguiente día.

Hace unos meses, en uno de esos viajes, encontré un cuaderno lleno de fotos. Fotos que había sacado de los álbumes familiares y que las había guardado como mías. Recuerdo que guardé esas fotos porque me encantaban. Tenían la belleza de guardar momentos que habían sido especiales. Y ya que me iba a ir quería llevármelas. Pero no me las traje a Lima sino hasta hace poco.

Ahora las tengo frente a mí. Y no puedo dejar de mirarlas una y otra vez. Las miro casi hipnotizada. En una de ellas, mi mamá me tiene en sus brazos y junto a nosotras está mi hermano. Estamos en su trabajo. Un pueblo llamado Bellavista. Estamos rodeados de plantas. Al fondo hay una casa amarilla de un piso que parece ser el sitio donde vivíamos. No sé cuántos años tenía y es casi imposible que yo tenga ese recuerdo. Pero esa imagen me provoca un nudo en la garganta. Mientras más fotos veo, el nudo crece y se expande hacia mi pecho y me aplasta. Tengo una conexión profunda con ella, mi madre.

Nació en Huánuco, en 1967. Es la penúltima de 11 hermanos. Tiene una melliza que se llama Cristina. Mi mamá se llama Elena. Le gusta tener el cabello corto. Estudió Educación Primaria en un Instituto en Pasco. Conoció a mi papá cuando tenía 16 años y se casaron cuando ella tenía 24.

Mi mamá y yo hemos sido buenas amigas desde que yo era niña. Ritmo Romántica o Radio Panamericana. Pero una de las dos, o cualquier otra. Lo importante para ella es sentir que la música la acompaña. Escuchábamos música siempre que yo hacía mis tareas y ella hacía sus cosas. Yo la acompañaba a todos sitios. Estudié un tiempo en el colegio en el que ella enseñaba. Iba con ella al mercado, a las reuniones de su trabajo, a sus ensayos de danza. Ella también me acompañaba. Viajaba conmigo cuando yo tenía que presentarme en algún concurso de matemáticas o cuando tenía alguna presentación en mi colegio. Entre ambas siempre hay complicidad y compañerismo. Me llama regularmente y hablamos un buen rato. A veces me toca animarla cuando no se siente bien y otras ella me da ánimos a mí. Sé que ella lo hace mejor.

Las fotos me miran de nuevo. Ella me mira de nuevo sonriente mientras me tiene en sus brazos o de la mano. Y siento que la extraño tanto. Extraño que me pida que la acompañe a algún lugar o que me cuente un secreto. Pienso que a pesar de todo no es lo mismo escucharla todos los días en el teléfono.

Estos meses, en que me he sentido mejor y siento que me he adaptado a esta nueva vida, todavía tengo días en que quiero hacer mis maletas automáticamente. Llamar y decir que estoy viajando, que estoy yendo a verla.

Veo las fotos y agradezco ser su hija. Le agradezco a ella que me haya dado sus años. Es una felicidad inmensa saber que la tengo a ella y espero que ella sienta la misma felicidad de tenerme a mí.

Pongo una canción en mi reproductor. Estoy más tranquila. Es Lou Reed. Oh it's such a perfect day / I'm glad I spent it with you / Oh such a perfect day. Recuerdo que había días en que salíamos toda la tarde y llegábamos cansadas. Papá nos esperaba en la casa; mi abuelo y mi hermano también. Mamá y yo tuvimos días hermosos, eternos que se quedan en mi memoria. Mamá, días perfectos, me alegro de haberlos pasado contigo.

Las clases han terminado. Es diciembre. Me siento contenta por este ciclo, por este nuevo año. Sé que hay muchos chicos como yo, que no son de Lima. Sé que ellos extrañan a alguna Elena que los espera en su casa, con los brazos abiertos y una sonrisa sincera. Es hora de hacer las maletas con calma. Ya podemos ir a verlas.




*Siento que es el mismo sentimiento de hace varios meses. Lo siento. No puedo quitármelos. Espero les guste. ¡Prometo una mejor foto!

viernes, 25 de noviembre de 2016

TTTT

Hace unos cinco años.
Todas las mañanas
el desayuno
y la novela a las nueve.
A las doce
la comida, su comida
y al cole.
No salgas, no sal...
No me sigas.
Quédate, espérame.
A ti no te dejarán entrar.

Poca voluntad alcanza
(quizá a veces)
para dejarte quién sabe
si triste o molesto.

De todas formas,
siempre agradezco
que sigas atento
a mover la cola
si de casualidad aparezco.



Todos

No importa la hora.
Caminamos lentamente, rápidamente,
endemoniadamente
Y mi mente no se queda tranquila
si logras descubrir mi rostro
Porque luego
FUI YO,
fui yo a las tres de la tarde,
por la bajada cruzando el parque
FUI YO
quien preguntó nerviosa
Todo puede ser
en las bocas, en los corazones
(hasta en el mío)

FUISTE TÚ PUES
nadie te dijo
que podías hacerlo
sino que todo el tiempo
la advertencia
iluminaba tus zapatos

La conciencia
parece caerse a pedazos
cuando me doy cuenta que
FUIMOS TODOS




sábado, 12 de noviembre de 2016

La ventana

Un número difícil de olvidar
Sé que espero 
inútilmente que no lo hayas cambiado
Casi marco intuitivamente
"Lo sentimos. Este número no existe"
Mis esperanzas se dispersan
si te sumerges en el mundo real
Porque no es que haya olvidado
La calle, la casa, la ventana
Pero he perdido
El amor que me tenías al llegar...
"Lo sentimos. Este amor no existe"




-.-.-.-.-

"Mientras mantuviera aquellas fotografías ante mi vista, mientras las siguiera contemplando con absoluta atención, sería como si estuviera vivo, incluso en la muerte. Y si no vivo, al menos tampoco muerto; más bien en suspenso, encerrado en un universo que no tenía nada que ver con la muerte y en el cual la muerte nunca podía entrar."

La invención de la soledad (Paul Auster)

/Trainspotting/

Probablemente miramos por la ventana
hacia el mismo cielo
Quizá estarías emocionado,
tan emocionado como yo


Suicida

Una niña estúpida
tartamudea.
Una niña estúpida
necesita dopamina.
No sabe callarse.
No sabe hablar.
No sabe nada.

Se queda pensativa
en la palabra de hace seis meses.
No se da cuenta de que ha dejado de existir.

El miedo, el beso, 
el abrazo ausente.

Una niña estúpida
no se da cuenta
de que no necesita a nadie
y que nadie la necesita a ella.

Necesitar es un verbo
suicida.

Una niña estúpida
cree que puede volar.


¿Por qué vuelve tu nombre cuando el llanto estalla?
¿Por qué parece que tienes razón?

No quiero tragarme tus predicciones.
Quiero que te comas mis sonrisas.
Una por una.
Mientras mi sueño te empuja
ante el espejo.
Y te veas a ti solo
repitiendo
¿dónde estamos?
¿con quién?

El tiempo se detuvo en tus palabras.
Quemaste el futuro mientras escupías al suelo.


Sigo remando

No importa que las estaciones cambien.
Cariño, te amo
Tu nombre es mi monosílabo favorito.
Des-cubrirte es excitante.
Eres un paraíso de contornos indefinidos.
Todos estos meses han sido
días soleados
llenos de mareas constantes.
Los atardeceres los he olvidado.
Quizá porque en tu mirada no cabe la noche.
Amor, sigo remando.
¿A dónde?
No lo sé.
¿A dónde, mi amor?
No lo sé.
Pero te amo.
Quiero muchos más días a tu lado.



jueves, 13 de octubre de 2016

Afelpados

La conocí hace como un año en una feria de libros cerca de mi casa. En el cono norte de Lima, los eventos culturales de este tipo eran poco comunes. Así que me animé a ir. Durante todo un mes se proyectaron películas peruanas. Eran títulos nuevos que a mí, como futura cineasta, me interesaron. El cine peruano no tenía ni tiene mucha fama, pero no estaba mal ir a echar un vistazo.

En el volante del evento decía que al final de la proyección se presentaría el conocido cantautor Daniel F y la directora de la película. ¡Sorpresa! Era mujer y era peruana. Una combinación inusual para un director de cine según mi percepción.

Los créditos de la película terminaron de correr y prendieron las luces. Colocaron un par de sillas en el escenario que adaptaron para el evento. Anunciaron sus nombres y ambos subieron al escenario. Daniel F vestía de negro y llevaba unos lentes oscuros que luego se los quitó. Rossana Díaz no vestía muy diferente la primera vez que la vi. Jeans clásicos y botas afelpadas marrones. Su bufanda era de un color rosa oscuro que combinaba con su piel blanquecina. También llevaba su chaqueta jean.

Ambos se sentaron y les entregaron un micrófono a cada uno. Ella saludó al público y se presentó. El tono de su voz era ronco y tierno a la vez. Parecía nerviosa. Su cabello liso cubría sus orejas mostrando su rostro ovalado. Respetuosa, dio pase a Daniel para que interpretara la canción que era el tema principal de la película. El público aplaudió, pero luego reinó un silencio un tanto incómodo. Rossana era una mujer distante a nosotros. Era hermosa. Sabíamos que era mayor, pero no lo aparentaba. Asombrados, queríamos conocerla más. Ella solo estaba interesada en conversar sobre su trabajo.

Como parte del evento, nos contó algo breve acerca de la película. “Yo solo quería mostrar cómo se habían vivido los años 80 desde mi historia personal”-aseguró. Luego, ligeramente encorvada, pedía al público que participara. Un par de muchachos levantaron la mano. Ella les respondió a cada uno con poco entusiasmo. Sus respuestas eran claras y cortantes. Casi no movía el cuerpo al hablar.

Delgada, de ojos alargados y de mirada brillante había dejado a su público con ganas de saber más. Esta mujer desplegaba una energía que nos dejó a todos sin habla. Casi nadie preguntó no porque ella fuera arrogante, sino porque era culta y directa.

El tiempo apremiaba. Los auspiciadores agradecieron al público asistente. Rossana y Daniel F se pusieron pie, y el público aplaudió una vez más. El evento había terminado. Rossana se perdió de mi vista. Pero al salir me topé con la sorpresa de que estaba rodeada de jóvenes. Un poco perdida en cómo reaccionar a esas circunstancias, se mostraba presta a firmar los autógrafos que le pedían. Se tomaba el tiempo de preguntar el nombre y escribía con cuidado las letras en los cuadernillos. Sonreía para las fotos sin ser demasiado amigable.

Meses después me enteré de que Rossana enseñaba en la universidad donde estudio. Motivada por su trabajo, quise conocerla más de cerca. Afortunadamente, logré llevar un curso con ella. Clase a clase me fui enterando de cómo había sido su historia. Me impresionaba su entusiasmo al momento de hablar y su amplio conocimiento sobre diversos temas. Semana a semana nos transmitía su pasión por los grandes cineastas y su amor por la literatura. Roquita (como le dicen sus amigos) tiene el espíritu de una niña que ansía conocer el mundo. Es libre, decidida e independiente. Tombuctú, su primera película, es el resultado de eso.


Sin duda, la sinceridad y la energía que Rossana despliega cuando la escucho en clases es lo que me ha llevado a considerarla como alguien especial en mi vida. No es mi amiga. Pero es esa clase de personas que te inspiran y te motivan a seguir tus sueños. 



'85

Tu sabor ochentero.
Tus palabras polvorientas y asombrosas.
Neologismos nuestros.
Cuando las hojas caen,
caen tus cabellos lejos de este viento.
Tus miradas se pasean en otros cuerpos.
Y hablas de otra gente.
El tiempo es irreemplazable.

Hombre-martillo - PUCP



Alguienquenosabenada

Las horas con ausencias se hacen demasiado largas.
Pero el rastro con el tiempo cesa.
Se vuelven canciones interminables.
Riffs que se repiten una y otra vez en medio del tráfico,
en medio de la gente que llega tarde,
en cada luz roja del semáforo.
-tu pasividad me da náuseas-
Y yo siempre vuelvo a correr,
a dejar desordenado todo.
No corro por la hora azul...
Corro porque la voz traslúcida no deja de gritar.
Se queda helada si siente que no la escucho.
Yo corro porque he nacido para irme
siempre de aquí o de allá.
Con el grito desesperado de alguien que pide
vida
y no sabe
no sabe, no sabe el nombre ni la calle ni la dirección.

---
Su mirada vuelve, sus palabras
se quedan heladas si creen que no las oigo.
Unos riffs de guitarra
me llueven
en medio de Cortázar, de Kafka.
Yo también me creo inocente del proceso.
Yo también me siento lejana.
Me mato. Me gusta matarme.
Y luego volver a respirar...



Estoy enamorado

Mi hermano mayor nació en 1991. Fue al jardín, a la escuela y al colegio cinco años antes que yo. Esta ventaja temporal fue algo que yo no quería comprender. Y la verdad es que durante mucho tiempo este fue un obstáculo que no supimos resolver como hermanos.


Mirko David era una impresión total. Era un genio en matemáticas y se sabía un montón de computación. Todo el mundo lo conocía en el colegio. No era una estrella de rock, pero no era nada invisible. A menudo esto sucedía también porque mi hermano tenía un carácter especial. Engañar a este muchacho de 15 años era extremadamente imposible. En el colegio nunca se quedaba callado. Si algo no le parecía, tenía que decirlo. Y así como muchos profesores lo admiraban y respetaban, otros muchos solo buscaron excusas para “ponerlo en su sitio”.

- Es que uno no se puede quedar callado-decía con frecuencia-. Nunca tienes por qué aceptar lo que los demás te dicen. Somos seres humanos que piensan, ¿no?


La casa se llenaba de libros. Mi hermano era cada vez más grande. Mientras él cantaba Al colegio no voy más y escuchaba Inyectores, Tragokorto y Leuzemia, yo seguía escuchando Ritmo Romántica con mi mamá todas las tardes. Fueron años difíciles para mis papás. Mirko tenía un hambre de libertad que a veces se convertía en gritos. Papá hablaba fuerte y ponía más gruesa la voz. Los almuerzos se hacían largos y silenciosos.


Luego de algunos años las cosas cambiaron mucho. Mi hermano tenía la voz gruesa. Ya no usaba Converse. Tenía el cabello más corto. Habían pasado cerca de cinco años desde que mi hermano se había ido a vivir a Lima. Cinco años de vivir sola con mis padres en Pasco.


Diciembre era el mes en que no podíamos estar alejados. Mi hermano había subido de peso y tenía otra mirada. Sus temblores interiores se habían difuminado. Las olas se habían calmado.

- Hermanita, quiero contarte algo-me dijo una tarde.


A veces cuando las cosas se calman demasiado, una se asusta. Se siente un poco extraña. Jamás imaginé que mi hermano pudiera confiar en mí. Nosotros casi no hablábamos. Yo lo admiraba en secreto, como cuando tienes la foto del que gusta escondida en alguna parte, pero no se la muestras a nadie. Mi hermano y yo nos habíamos querido en silencios y pocas veces. Pero esa tarde algo muy especial sucedió. Nuestras barreras temporales se cayeron. Mi hermano las tumbó y yo estaba perpleja, pero feliz.

- Hermanita, estoy enamorado. Quiero que conozcas a Keytha. No sé cómo decirle que sea mi enamorada.


Creo que mi hermano jamás se lo había imaginado. Pero me había regalado algo que nunca olvidaré. Era su sonrisa, su nerviosismo. Mirko se había mostrado como mi hermano. Y dijo te quiero con su mirada.

- Ella es mi hermana-le dijo Mirko a Keytha sonriente. Y luego bromeó.

Cuando las cosas cambian demasiado, una no termina de entender porque no está acostumbrada a ese nuevo ambiente. Caminamos por horas. Era una tarde templada, sin mucho frío. Reíamos como nunca. Mi hermano me regaló esa tarde algo que quizá jamás imaginó: la fortuna de ser hermanos.


*Queda pendiente volver a escribirlo. Disfruten el 'borrador'.

Mirko, Key y Jeca. Familia.


martes, 27 de septiembre de 2016

El camino de al lado

Tenía cinco años cuando iba al jardín de niños. Este quedaba a casi cinco cuadras de mi casa. Mi papá era el encargado de llevarme muy temprano. Incluso recuerdo que muchos días caminábamos entre la neblina. Para mí era toda una aventura.

A esa edad me daban mucho miedo los perros porque en el verano de ese año uno me mordió mientras manejaba mi bicicleta con dos rueditas. Y, trágicamente, en la primera cuadra por donde teníamos que pasar, había un perro blanco grande que explotaba sus pulmones cada vez que pasábamos. Mi papá era como un compañero de batalla. Me cogía fuerte de la mano y gritaba para que el perro se callara. Me di cuenta de que mi papá era como mi escudo, pero sobre todo que era mi amigo. Así aprendí que podía confiar en él.

El camino era largo, así que yo tenía que ser valiente y no amilanarme. Papá siempre me decía cosas que me daban valor y me hacían sentir segura. Luego de pasar por la cuadra del perro, teníamos que pasar por un campamento minero. Este era como una residencial. Pero las casas casi no tenían color. Eran todas plomas y tétricas. Así que para mí era como atravesar el puente de un castillo con el temor de que hubiera algún dragón (o sea un perro) o algún otro “monstruo” por ahí. Caminábamos apresurados (ahora entiendo que era porque si no llegábamos tarde). Nada nos podía vencer.

Luego, llegaba mi parte más bonita del camino. Desde ahí, solo nos quedaban dos cuadras para llegar a mi jardín. En medio de las casas, había una vereda de cemento que luego se convertía en unas gradas. Paralela a esa vereda, había un caminito de tierra. Mi papá caminaba por la vereda y yo tomada de su mano iba por la tierra dando pequeños brincos.

A veces íbamos cantando canciones que él me enseñaba. Era el momento más relajante del camino. Quizá yo solo haya disfrutado ir al jardín por toda esa experiencia. Fue en esos tiempos en que sentí mucho la conexión con mi papá. Yo no sentía para nada que llevarme fuera una carga para él. Solo sentía su mano en la mía y me transmitía paz, goce, felicidad. Sí, felicidad. Puedo decir ahora que en esos años fui muy feliz.

Han pasado quince años desde que mi papá me llevaba todas las mañanas al jardín en Cerro de Pasco. Y han transcurrido dos años desde que decidí mudarme a Lima para seguir mi carrera universitaria. Al principio sentía la necesidad de viajar y volver a mi casa cada dos semanas. Me sentía constantemente como una extraña, como una pieza de rompecabezas que no encajaba. Con el tiempo, esa especie de cuerda que me ataba a mi ciudad se fue soltando. Pero ha sido un proceso muy largo.

Hace unos meses volví al camino de tierra por donde iba con mi papá al jardín. Me senté cerca de ahí casi al atardecer. Contemplé las casas. Me quedé pensando un buen rato en todo el tiempo que había pasado. Y me di cuenta de que en todos estos quince años mi papá no ha dejado de estar ahí en la vereda de al lado.

Con los años, a veces uno anhela ser independiente, irse, ser libre. O por lo menos esas han sido las ideas que me rodean desde los quince años. Y no me había dado cuenta hasta ahora -que vivo casi sola, en una ciudad diferente, sin mis padres- que no está mal que ellos estén ahí con nosotros. Porque a veces no hace daño que estén ahí para cantarnos, para mostrarnos en qué nos hemos equivocado, para acompañarnos hasta el final de la vereda donde nos espera una escalera.

De vez en cuando, me choco con un perro blanco que me espanta o me encuentro en medio de un castillo tétrico con temor de que aparezca un dragón, pero siempre tengo presente la mano de mi padre. Gracias a todo ese amor y a todos esos años de felicidad, hoy tengo la confianza necesaria para seguir construyéndola.

Mamá y papá <3 td="">

Seguir

Podría escribirte por horas. Sentarme toda la noche a pensar en el tiempo, tu nombre. Podría llenar mi block de versos laaargos (esos que no son comunes en mí, pero podría intentar). Y es asfixiante, porque no puedo volver las horas, los días. Solo puedo escribir y dibujar-te por las mañanas con recuerdos.

Y... Sobran imágenes para intentarlo.
Recuerdo, por ejemplo, que era imposible no conocer a tus padres. Porque tu cueva era tu hogar (aunque luego la cambiamos de lugar, donde solo importaban nuestras mentes, nuestros cuerpos).

Tus papás. Buenas noches. Buenos días. Hablaban de mí y yo de ellos. Y yo era importante. Importante porque ambos entendimos que lo éramos en la conjunción de nuestras vidas.
Tu hermano. Hola. Y casi no nos mirábamos (pero luego, luego fue su mirada la más fulminante). Tu hermano y gracias. Porque era también tu hijo y tu amigo. Porque a la distancia, también fue mi hermano y mi amigo.
Tu hermana. ¡Vaya! Podría empezar por decir que la extraño (y es inconsistente). Porque solo la vi una vez. Y fue suficiente.

A veces me detengo en medio de mi cuarto y te veo parado. Intento mirarte. Pero tus ojos ya no están. Tus fotos no existen. Todo lo he borrado. Te he borrado.. Es raro. A veces pienso que no he sido yo, sino el miedo. El miedo que se generó con las preguntas de ellos (y quizás las mías también, no lo sé).

A veces puedo detenerme a escribirte por horas... Pero hoy tengo que seguir.

Gris


Y su mirada se volvió gris.
Tuve miedo.
Pude sentir que el negro
se volvía carne, alma, hueso.
Púdrete-me decía.
Y yo le hacía caso. No tenía fuerzas.
Ni para pensar.


Pero un alado me cogió de la mano.
Me miró como se mira el horizonte
al tardecer, como cuando se intenta
atrapar el día.


Las cuatro paredes
gritaron de nuevo.
Y ahora no tenían nombre.
Solo no tenían fecha de salida.


Cuando tienes claustrofobia,
el tiempo aplasta
y te duele la cabeza.


Cuando tienes claustrofobia,
te quedas pensando en el parque
de tu casa y en la gente que corre por las mañanas,
en los niños, los perros, las aves.


...

Ahora puede ser que sea distinto
salir y mirar las calles.
Porque aunque estén sucias
y a veces tenga miedo de que me roben
-como muchas otras cosas-
la vida no sabe a papilla y sopa de dieta ahí,
y eso sí que alivia.


Enfrentándo-me

¿Y si me invita a salir?

Y si te invita a salir
le dices claro que desde luego
que vamos
que es ahora
Porque los caminos cruzados
se quedan
impregnados
en el tiempo
Y me desnudo
Y pienso en ti
El lunar con el que
de casualidad
me atasco
¿Era esa una camisa de fuerza?
El viento
furioso empuja
Y tú solo vuelas
Porque nada te detiene
No hay hombres
que por quedarse en casa
han sentido
lo eterno
lo incognoscible

matar.matar.matar

matar.matar.matar.
quitar carne-herida-hueso
disecar el tiempo
matar la ansiedad
carcomer-me
empezar por las uñas
¡hay tanta sangre de mentira!
---
diez pasos en la arena
mientras se oscurece
y no veo nada
---
mi mente, mi lenguaje
dos palabras que no dicen nada
que se crean
al instante
para soñar
---
nadie quiere ser
un pez
en el océano
--
yo quiero ser
tu punto ciego
o tu punto débil
---
pero un punto
al menos

jueves, 1 de septiembre de 2016

Sonámbulo

¿Cómo ocultar todo el dolor
que marcó tu pecho?
¿Cómo esconder el puño
que preso del rencor se levanta?
Si te pido que te calles,
es que necesito que hables
de otro modo.
Y continúes despierta...

No niego que la parte
más honda sea
seguir caminando
encima de tus hombros.
Porque nadie ha venido
a cargar a nadie.

Y poco lo entiendo.
A veces ni aire
tengo para respirar
y por eso lloro,
como lloran los bebés
intentando atrapar la vida.

Y poco lo entiendo.
Porque mis sábanas
siguen destendidas
mientras yo me quedo
oliendo tu perfume
incierto, lejano...
Somos solo un espejismo
que de noche
camina sonámbulo.



domingo, 28 de agosto de 2016

Cargándo-me

Mi chica es tierna.
Mi chica tiene nombre.
Mi chica opaca la noche.

Su sonrisa me enseña a volar.
Su cabello me embriaga.
Su mente explota la mía.

Amo estar despierta
para verla y hablar con ella.
Amo sus palabras raras
impregnadas en mis conversaciones.
Amo sus ideas.

Camino como una hormiga
cargándo-me
hasta tomarla de la mano
y mirarla de frente.

Ella y yo hemos dejado de ser dos cuerpos.
Ella es todo.
La existencia más cercana
no importa.

¿Qué he sido hasta ahora
si no solo pasos pesados
en un montón de arena húmeda?

Otro rostro

Cuarto vacío. Cama destendida. Voz despintada.
Cogió mi mano y le seguí.
Botones desabotonados.
El grito no se germinó,
el llanto jamás avanzó decidido.
-Nada pasa. No pasa nada. ¿Ves?-
Todo comenzó cuando.. ¿cuándo? ¿por qué?
Mi niña tenía cinco años y una mirada distinta.
-Es solo un juego-
Manos frías. Mi cuerpo. Mi asco. Mi miedo.
Y pasan estas cosas como cuando solo tienes cinco años.
-Nada pasa. No pasa nada-
El grito germinó después de diez años.
El llanto avanzó en sueños
Todo comenzó cuando el recuerdo se hizo piel,
sueño, piel, otro rostro.

Ella

Ella intenta vivir sin ti. Se mira al espejo y vomita tus recuerdos. Te arranca de sí como una mala noche. Le duele la cabeza, el alma, los días. Ella intenta vivir sin ti. Pero no sabe que lo que debería intentar es vivir con ella simplemente. No creer que ya no eres, que ya no estás. Debería vivir pegándote en la puerta del refrigerador, saludándote y despintando tu rostro a besos. Amarte hasta cansarse, aburrirse. Ella debería intentar amarte hasta odiarte. Escucharte como la canción del verano. Y cantarte una y otra vez. Una y otra vez, una y otra, una y, una...

jueves, 18 de agosto de 2016

NUMB3R

I'm a number in your phone.
I'm 9-2-0...
A number you need to find
to forget at the time
I'm in the same place every day.

Is the love to stay at home waiting a call?

Love, love, love
I'm a disaster.
But I only want to hear you.
I only want you find me.

Sube y baja

La vida
sube y baja.
Pero la vida contigo y a tu lado
sube infinitamente
y pone las manos al caer.

Inquieta, perdida
en la infinidad de tu nombre,
dibujando tus labios
y creciendo en tu mirada.


¿Sigo viva?
Quizá en tu pecho,
en ese recorrido por tu espalda,
en ese suspiro cuando miro tus ojos.

PEZ



Pesca esta vida. Que para variar ya es tuya. Pero no la maltrates, ni la pierdas. El azar de elegirnos puede no repetirse. Porque siempre es ahora o nunca. Y yo quiero elegir siempre.


Y ojalá nuestro siempre se encierre en una caja fuerte. Y se autoafirme día a día. Más fuerte que tú y yo. Porque qué débil y vulnerable me siento delante de tus ojos, tu cuerpo. Y qué fuerte e inquebrantable se vuelve todo en tu nombre.

-nada-

Si te miro, me muero.
Somos el atardecer infinito.
Ese último rayo de luz
que no pretende ser noche.
Una explosión compulsiva
que no cesa, que se expande
directa al caos.
Somos un tormento que solo nuestros cuerpos conocen.
Somos la palabra
que no fue pronunciada, que se quedó petrificada en los labios,
envuelta de saliva...
Sin aire, no hay vibración.
Tú y yo solo somos un montón de ideas inconclusas que se estrangulan
al caer el sol.
Ese nudo en la garganta que se vuelve nada
en el gesto de quien realmente ama.

dieciséis de julio

Es este vértigo. Este profundo abismo. Otra vez. Y aunque el frío golpee y el sol asfixie, eres solo un número bloqueado al que me he cansado de llamar. Quizá el vértigo sea yo. Y que así sea. Porque la solución es única e irremediable. No más compromiso, no más cadenas, ni prisión. Un aullido revienta mis tímpanos antes de que pueda escucharte. Es tarde. Es siempre.

"te seguiré extrañando con las ganas de encontrarme contigo..."


¿Vieron la película?


*Foto encontrada por ahí*

¿Por qué tomamos las calles el ‪#‎13A‬?

Muchos creen que la violencia no existe y que si nos pasa es porque nos dejamos o tuvimos la culpa. Cindy Contreras es una mujer que removió cuerpos y almas hace algunas semanas al mostrarnos que no es cierto. Y nos sentimos tan vulnerables que decidimos actuar. Porque nos vimos muertas, porque nos vimos invisibles frente a un Poder Judicial que libera a nuestro agresor por 5000 soles, porque nosotras fuimos ese cuerpo arrastrado por el piso. “Ni una menos: marcha nacional ya” fue un grupo virtual que vinculó a miles de mujeres con una misma historia de violencia. Y nos dimos cuenta de que no habíamos sido tocadas y violentadas solo nosotras, sino que éramos todas. 

Nuestros nombres eran distintos, pero nuestras historias no. ¿No que no existía la violencia? Y nos encontramos con la historia de una niña que fue violada muchas veces por su hermano y que este la prostituía; con la historia de una adolescente que tuvo que huir de su casa porque todo el tiempo le decían que ella no servía para ser bombero, que su lugar era casarse con un hombre; con la historia de una mujer que fue tocada en un callejón a oscuras y que nunca dijo nada; con la historia de una niña que fue violada por su tío abuelo y a la que jamás ni siquiera intentaron creerle. Y tampoco imaginamos las tantas otras historias (hasta fantasmales y terroríficas) de vidas llenas de dolor y menosprecio. Porque además nos llamaban histéricas, locas y exageradas cuando íbamos a denunciar algún tipo de violencia. Nos preguntaban por la ropa que teníamos puesta o nos preguntaban qué hicimos. 

Muchas de nosotras y (algunos varones también) nos dimos cuenta de que el tamaño de la violencia con la que vivíamos era enorme. Nos tocaban en la calle, en el colegio, en el trabajo, en nuestras propias casas. También nos dimos cuenta de que no solo nos hacían daño los demás, sino que también éramos nosotras mismas. Nos gritaban y nos gritábamos que era nuestra culpa por ser mujeres. Porque ¿cómo ha de ser una mujer? Pues empecemos recordándonos que tiene que ser fuerte, pero femenina; bonita y hasta loca, pero decente; que debe ganar su propio dinero, pero no más que un hombre, porque también tiene que casarse y tener hijos (obvio). 

Lo habíamos escuchado un montón de veces. Estas (y quizá muchas otras más) eran una serie de exigencias sociales que estaban (y están) impregnadas en nuestras instituciones sociales y políticas, y que convivían (y conviven) con nosotras en nuestro día a día a través del lenguaje y de acciones cotidianas; una serie de exigencias que terminan gritándonos que seamos libres, pero no tanto.

Por eso salimos a las calles, porque no solo estábamos hartas de mirarnos al espejo y sentir culpa, miedo. Salimos a las calles porque nos dimos cuenta de que éramos un solo cuerpo; de que nos estaban violentando en todo lugar y nadie decía nada. Pero sobre todo marchamos porque sabíamos que no estábamos solas y que ahora éramos fuertes. Porque sabemos que a partir de ahora “si tocan a una, nos tocan a todas”.


#NiUnaMenos - Perú
13 de agosto

jueves, 14 de julio de 2016

Pequeña, inconexa
r
o
.
t
a
Saqué la cama, los libros, la ropa
Los sueños, los anhelos, las esperanzas
-también las palabras, la música, el olor, el sabor-

Y raspé, raspé, raspé
el papel tapiz del cuarto.
Mucha sangre manchó el piso.
Estaba agotada.
Pero sucede que...
Las paredes no quedan lisas... NUNCA.
Y, sin embargo, lo intenté.

Y, sin embargo, seguiré intentando...
Quizá más que nunca.

Porque...
amé... amé eternamente.


Mamá - Cerro de Pasco
Julio de 2016

Pocas lunas me han permitido
alejarme.
Y aun así sigo aquí,
frente a ti, tu ventana,
esperando que te asomes y
choques con este cuerpo, con esta alma
que lleva tu nombre
en cada minúscula célula animal.
Eres el infinito que nadie conoce.

Soy un montón de palabras inconexas
pensadas en un carro,
en la lluvia, el llanto, el silencio, la rabia.
Soy un montón de palabras inesperadas,
sin motivo alguno.
Soy un cuerpo sediento de tu voz.
Adoro que me des vida.
Soy un poema pensado en libertad aparente.

Y él se pregunta, él se pregunta:
¿Qué mierda tus palabras nauseabundas?

Soy un poema perdido entre tus labios.
Cansado de verte como un zombie pegado a la pantalla.
No soy más que un reflejo tuyo.
Deforme, sin miedo, sin aliento.

Me he cansado de esperarte.
Soy el poema que olvidaste.


martes, 28 de junio de 2016

Seis y cuatro

Apagué el despertador. Seis de la mañana. El silencio es el único que se despierta conmigo. De pie frente a mi ventana, mientras me alejaba en el horizonte nubloso de Lima, escuché mi celular timbrar. Arrastré mis pies hasta llegar a mi mesa de noche. Era un número con el código de provincia. No lo podía creer. Cero-seis-tres. Los números vaciaron de pronto mi estómago. Era el mismo número que mamá me había dejado antes de morir. Y no tuvo que explicar nada. La verdad yacía en sus pupilas dilatadas.

Recuerdo haberle preguntado tantas veces por papá cuando era niña. Ella sonreía valiente y decía que él había sido un héroe. Gracias a él una mujer se había salvado de morir en manos de unos secuestradores. Debes sentirte orgullosa de él, me decía siempre.

Yo lo imaginaba con su uniforme, delgado y con una postura recta. Me gustaba ver los desfiles de veintiocho de julio. Los valientes policías, pensaba yo. Mi papá había sido uno de ellos y yo estaba orgullosa. Lo único que me atormentaba era no recordar su rostro. Mamá no había conservado ninguna foto pues decía que era mejor recordarlo desde el corazón. Con los años, logró que lo amara a pesar de su ausencia.

Cuando ya tenía diez años, me sentí confundida. Soñaba constantemente un mismo sueño, que casi se convirtió en un recuerdo. O, ahora que lo pienso, era más un recuerdo que se convirtió en un sueño: Tenía como seis o siete años. Estaba sentada en un terminal de buses junto a Carmen, mi prima. Yo estaba vestida con una chompa de lana amarilla y llevaba unos zapatos de charol. El ruido realmente me aturdía. Cada cierto tiempo se acercaba un señor a ofrecernos una carrera, pero mi prima desistía. Yo, presa del sabor dulce y ácido, me sumergía irremediablemente en una manzana acaramelada. A una cuadra, estaba mi madre; y junto a ella, un señor de terno. Él era un poco más alto que ella, tenía un bigote tierno y los ojos sinceros. Estaban conversando un poco alterados (quién sabe por qué), así que él la cogía de los hombros intentando calmarla. De rato en rato, respiraba profundo, volteaba a mirarme y me sonreía. Parecía muy pendiente de mí. Mucho tiempo pensé que quizá este recuerdo había persistido por la sinceridad de aquel personaje, por la dulce inocencia de mi niñez y mi remota sensación de que yo quería a ese hombre.

Algunas noches imaginaba que él era mi padre. Ese hombre de mirada profunda y de sonrisa tímida. Muchas veces intenté preguntárselo a mamá. ¿Es verdad que mi papá murió cuando yo era bebé? Siempre evadió el tema. Ya sabes la historia, Rosa. Dime, ¿acaso no soy suficiente para ti? Salí adelante a pesar de que tu padre… murió. Confórmate con eso. Yo te tengo a ti y tú a mí. Eso basta. El respeto y la profunda confianza que nos teníamos me obligaba a olvidar el tema. Con los años, solo atiné a aferrarme a ese recuerdo sin mayor necesidad de saber si había sido real.

Mamá y yo vivíamos solas en Lima. Ella había logrado pagar mis estudios trabajando de secretaria en la empresa de su primo. Y yo pude graduarme en Ingeniería. Algunos meses después de que yo cumplí 25 años, le detectaron cáncer de mama. La noticia nos sumergió en un abismo. Fueron los meses más terribles de toda mi vida. Ella era hija única. Había nacido en un pueblo cerca de Huánuco, y sus padres habían fallecido en un accidente cuando ella era adolescente. El único apoyo que tuvimos fue el de su primo. Con gran esfuerzo los dos pudimos pagar el tratamiento, pero no pudimos salvarla.

Los días eran “días menos”. Las agujas del reloj giraban golpeándome en el pecho. Mamá no podía soportar que me quedara sola, y eso la enfermaba más y más. No había forma de tirar del salvavidas; ella había tomado una decisión sin darse cuenta. O quizá sí. Cada día sus ojos se volvían más transparentes. Estaba presa de la incertidumbre de mi futuro. Pero no pudo confesarme nada sino hasta el final.

Me tomó de la mano y me miró a los ojos. Sabía que se estaba despidiendo e intenté alejarme. Me sostuvo fuerte y me sonrió. Comprendí que no podía seguir evitándolo. Me senté y traté de calmarme. Comenzó recordándome que me amaba mucho, que no había tenido dicha más grande que yo. “Eres una mujer maravillosa. Sé que saldrás adelante”. Yo recordaba la primera vez que me dejó en la escuela; la vez que me compró mi bicicleta; mis cumpleaños en el colegio; la tortuga que me compró cuando tenía diez años. Todas las veces que ella intentó enseñarme a cocinar. Todas las tardes que ella me llevaba el almuerzo a la universidad. Las tantas noches que me acompañaba viendo la televisión mientras yo terminaba de hacer mis trabajos. Ella había sido la valiente mujer que me dio la vida, que me vio crecer y que me hizo fuerte. Luchó por mí y yo estuve para ella. El cáncer nos mató a las dos.

Ahora estaba envuelta en sus brazos. Ella arrimaba mis cabellos y secaba mis lágrimas. Te amo, hija. Perdóname por todo. Su voz comenzaba a quebrarse. Rosa, no estás sola. Luego señaló con esfuerzo la agenda junto a su camilla. La tomé y la abrí. Había una foto dentro. El sueño del paradero de buses volvió a mi memoria. Mi mamá tenía el cabello corto y esponjoso. Sus ojos miraban fijos a la cámara mientras un señor de bigote tierno y corto la abrazaba por el hombro mientras sonreía ligeramente con la cabeza gacha. Llevaba terno. Un poco más alto que mi madre. Yo, de pie en medio de los dos, miraba hacia la cámara solo de reojo. Mi rostro se escondía casi por completo debajo de mi manzana. Detrás de la foto había un número con código de provincia: cero-seis-tres. Junto a ese, con otro color de lapicero, decía: J. Quispe. Mamá se fue de mi vida unas horas después

Quispe... ¿Jorge? ¿Juan? Mi madre había partido sin darme más respuestas. Sin duda, era él mi padre. ¿Pero qué había pasado realmente? No quise averiguarlo. Luego de esos meses de haber estado sola, concluí que no me hacía falta saber de él. Me bastaba aquella respuesta irremediable. Me hacía sentir mejor. Porque, a pesar de que significaba un vacío profundo, sabía que la ausencia de su amor tenía una causa certera: mi padre estaba muerto.

Era martes por la mañana cuando mi celular volvió a timbrar. Era la segunda llamada del mismo número. Lima me miraba vacía, confusa, harta de sí misma. Y yo estaba igual. Pero mi madre me amaba. Quizá ahora mismo me estaría viendo. Quizá la llamada sería de ella. Contesté con los dedos nerviosos. Tenía la mejilla húmeda y los ojos hinchados. Era martes veintitrés a las seis y cuatro de la mañana.


-       Rosa, me llamo Rodolfo Quispe. Me gustaría conocerte.


Lima a las 6 y algo de la mañana

sábado, 18 de junio de 2016

Libres y presos

Dejo de sentir en mi piel para sentirte en la palabra. Mi alma te adora. Labios perfectos en los juegos de mi mente. Me reconforto. Te estoy amando al cerrar los ojos -carita de mono tapándose los ojos-. Tus ojos. Tu voz. Qué vidas las nuestras que eligieron vivir distantes y extrañándose, anhelando el momento de la presencia. Tócame. Quiero tocarte. Y, a pesar de tantos deseos, existe la felicidad de que somos nosotros los que, libres y presos, decidimos vivirnos uno al otro.


Tu pecho de encierro, ese espacio, tu nombre

La ta-za se rompe. Se rompió.
Las tardes huyeron por el piso sediento.
Se evaporaron en enero. Diciembre siempre queda atrás.
Nada existe con tu rastro.
Solo palabras, aquellas que sin querer pronuncio.



La flor de tu marchitada ventana
ha terminado de deshojarse.


Tu corazón es un volcán
escondido en alguna parte.
¿Tuvo nombre alguna vez?
....camino en línea recta para no perderme
en el abismo de
este impulso que me anima a mirar al frente.

Tres veces nueve
la memoria me moriría por ti
Quiero saber hacer café
como tantas noches
preparaste
en tu pecho de encierro,
ese espacio,
tu nombre.





¿No pretendes mostr-arte?

Las palabras se ahogan
Presas de tus ojos
Inocentes, mudas
Las has envenenado
Con tu soledad
Presas tus palabras
Huyen de tus manos
¿No sientes miedo
Del futuro del silencio?
Te ahogas en el espanto
De tus palabras,
En ese llanto cíclico
Que le causan
Tus ojos y tus manos
Tienes miedo
De la unión de tus sílabas
¿No pretendes mostr-arte?


......

Esas grietas en las calles
Se abren a tu paso
-no te das cuenta, nunca te das cuenta-
Si dijeras
Dejarías de negarte
No tienes arte para
Ocultarte detrás de tus ojos
Los tuyos son infierno
Y tus manos el abismo