Muchos creen que la violencia no existe y que si nos pasa es porque nos dejamos o tuvimos la culpa. Cindy Contreras es una mujer que removió cuerpos y almas hace algunas semanas al mostrarnos que no es cierto. Y nos sentimos tan vulnerables que decidimos actuar. Porque nos vimos muertas, porque nos vimos invisibles frente a un Poder Judicial que libera a nuestro agresor por 5000 soles, porque nosotras fuimos ese cuerpo arrastrado por el piso. “Ni una menos: marcha nacional ya” fue un grupo virtual que vinculó a miles de mujeres con una misma historia de violencia. Y nos dimos cuenta de que no habíamos sido tocadas y violentadas solo nosotras, sino que éramos todas.
Nuestros nombres eran distintos, pero nuestras historias no. ¿No que no existía la violencia? Y nos encontramos con la historia de una niña que fue violada muchas veces por su hermano y que este la prostituía; con la historia de una adolescente que tuvo que huir de su casa porque todo el tiempo le decían que ella no servía para ser bombero, que su lugar era casarse con un hombre; con la historia de una mujer que fue tocada en un callejón a oscuras y que nunca dijo nada; con la historia de una niña que fue violada por su tío abuelo y a la que jamás ni siquiera intentaron creerle. Y tampoco imaginamos las tantas otras historias (hasta fantasmales y terroríficas) de vidas llenas de dolor y menosprecio. Porque además nos llamaban histéricas, locas y exageradas cuando íbamos a denunciar algún tipo de violencia. Nos preguntaban por la ropa que teníamos puesta o nos preguntaban qué hicimos.
Muchas de nosotras y (algunos varones también) nos dimos cuenta de que el tamaño de la violencia con la que vivíamos era enorme. Nos tocaban en la calle, en el colegio, en el trabajo, en nuestras propias casas. También nos dimos cuenta de que no solo nos hacían daño los demás, sino que también éramos nosotras mismas. Nos gritaban y nos gritábamos que era nuestra culpa por ser mujeres. Porque ¿cómo ha de ser una mujer? Pues empecemos recordándonos que tiene que ser fuerte, pero femenina; bonita y hasta loca, pero decente; que debe ganar su propio dinero, pero no más que un hombre, porque también tiene que casarse y tener hijos (obvio).
Lo habíamos escuchado un montón de veces. Estas (y quizá muchas otras más) eran una serie de exigencias sociales que estaban (y están) impregnadas en nuestras instituciones sociales y políticas, y que convivían (y conviven) con nosotras en nuestro día a día a través del lenguaje y de acciones cotidianas; una serie de exigencias que terminan gritándonos que seamos libres, pero no tanto.
Por eso salimos a las calles, porque no solo estábamos hartas de mirarnos al espejo y sentir culpa, miedo. Salimos a las calles porque nos dimos cuenta de que éramos un solo cuerpo; de que nos estaban violentando en todo lugar y nadie decía nada. Pero sobre todo marchamos porque sabíamos que no estábamos solas y que ahora éramos fuertes. Porque sabemos que a partir de ahora “si tocan a una, nos tocan a todas”.
#NiUnaMenos - Perú 13 de agosto |
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