La conocí hace como un año en una feria de libros cerca de mi
casa. En el cono norte de Lima, los eventos culturales de este tipo eran poco
comunes. Así que me animé a ir. Durante todo un mes se proyectaron películas
peruanas. Eran títulos nuevos que a mí, como futura cineasta, me interesaron.
El cine peruano no tenía ni tiene mucha fama, pero no estaba mal ir a echar un
vistazo.
En el volante del evento decía que al final de la proyección
se presentaría el conocido cantautor Daniel F y la directora de la película.
¡Sorpresa! Era mujer y era peruana. Una combinación inusual para un director de
cine según mi percepción.
Los créditos de la película terminaron de correr y prendieron
las luces. Colocaron un par de sillas en el escenario que adaptaron para el
evento. Anunciaron sus nombres y ambos subieron al escenario. Daniel F vestía
de negro y llevaba unos lentes oscuros que luego se los quitó. Rossana Díaz no
vestía muy diferente la primera vez que la vi. Jeans clásicos y botas afelpadas
marrones. Su bufanda era de un color rosa oscuro que combinaba con su piel
blanquecina. También llevaba su chaqueta jean.
Ambos se sentaron y les entregaron un micrófono a cada uno.
Ella saludó al público y se presentó. El tono de su voz era ronco y tierno a la
vez. Parecía nerviosa. Su cabello liso cubría sus orejas mostrando su rostro
ovalado. Respetuosa, dio pase a Daniel para que interpretara la canción que era
el tema principal de la película. El público aplaudió, pero luego reinó un
silencio un tanto incómodo. Rossana era una mujer distante a nosotros. Era
hermosa. Sabíamos que era mayor, pero no lo aparentaba. Asombrados, queríamos
conocerla más. Ella solo estaba interesada en conversar sobre su trabajo.
Como parte del evento, nos contó algo breve acerca de la
película. “Yo solo quería mostrar cómo se habían vivido los años 80 desde mi
historia personal”-aseguró. Luego, ligeramente encorvada, pedía al público que
participara. Un par de muchachos levantaron la mano. Ella les respondió a cada
uno con poco entusiasmo. Sus respuestas eran claras y cortantes. Casi no movía
el cuerpo al hablar.
Delgada, de ojos alargados y de mirada brillante había dejado
a su público con ganas de saber más. Esta mujer desplegaba una energía que nos
dejó a todos sin habla. Casi nadie preguntó no porque ella fuera arrogante,
sino porque era culta y directa.
El tiempo apremiaba. Los auspiciadores agradecieron al
público asistente. Rossana y Daniel F se pusieron pie, y el público aplaudió
una vez más. El evento había terminado. Rossana se perdió de mi vista. Pero al
salir me topé con la sorpresa de que estaba rodeada de jóvenes. Un poco perdida
en cómo reaccionar a esas circunstancias, se mostraba presta a firmar los
autógrafos que le pedían. Se tomaba el tiempo de preguntar el nombre y escribía
con cuidado las letras en los cuadernillos. Sonreía para las fotos sin ser
demasiado amigable.
Meses después me enteré de que Rossana enseñaba en la
universidad donde estudio. Motivada por su trabajo, quise conocerla más de
cerca. Afortunadamente, logré llevar un curso con ella. Clase a clase me fui
enterando de cómo había sido su historia. Me impresionaba su entusiasmo al
momento de hablar y su amplio conocimiento sobre diversos temas. Semana a
semana nos transmitía su pasión por los grandes cineastas y su amor por la
literatura. Roquita (como le dicen sus amigos) tiene el espíritu de una niña
que ansía conocer el mundo. Es libre, decidida e independiente. Tombuctú, su
primera película, es el resultado de eso.
Sin duda, la sinceridad y la energía que Rossana despliega
cuando la escucho en clases es lo que me ha llevado a considerarla como alguien
especial en mi vida. No es mi amiga. Pero es esa clase de personas que te
inspiran y te motivan a seguir tus sueños.