Se despertó pasible y soñolienta.
Sus dedos, también de sueño, caminaron alrededor de su cabeza, bajaron por su
cuello y siguieron por sus pechos hasta llegar a su estómago. Un fuerte aliento
devino al abrir sus ojos: “ya puede ser martes”, dijo. Luego de mirar el punto
negro que había en el techo, se dio cuenta que era tarde. Arrastró un pie junto
con el otro al borde de la cama hasta dejarlos caer por inercia y de un empujón automático pausado
se sentó apoyándose con los brazos firmes. Ver sus zapatos marrones cerca de la
puerta, la alarmaron. Las cortinas seguían abiertas. Caminó despacio hacia la
ventana y no podía creer lo que veía. El carro de Luciana seguía al frente de su
casa, cerca de la tienda de la señora Juana. Se llevó las manos al rostro y
trato de respirar despacio. Pensaba, pensaba, trataba de recordar todo. Sabía
que estaba muy ebria y que, en realidad, todos lo estaban. Pero no recordaba
haber llegado a su casa con la muchacha que recién había conocido. Además,
¿dónde estaba?
- ¿Luciana?… Luciana… ¿estás ahí?
Caminó descalza y, a pesar del frío
de sus pies, tocó la puerta del baño, del cuarto de su hermana, el de sus
papás. Bajó las escaleras casi cayéndose. Apresuró sus pasos hasta la sala y la
cocina. Nadie. Todo estaba en orden. El sándwich de antes de irse seguía encima
de la mesa. El vaso a medio servir seguía helado cerca del televisor.
Seguía sin recordar nada. Tomar cerca
de seis horas y traer a aquella muchacha a su casa era salirse completamente de
control. Y no soportaba haber faltado a sus clases de yoga con la maestra Susi.
Caminó aturdida al baño cerca de la sala. Solo entonces le empezó a zumbar el
oído y un fuerte dolor de cabeza la invadió mientras más caminaba. Decidió
detenerse antes de abrir la puerta. Trató de tranquilizarse, respirar lento. Llevó
su mano al pecho, se apoyó en la pared. Zumbaba más, dolía más. Cayó sentada
cerca del baño. Descalza, en pijamas, luego cayó completamente. Tumbada frente
al baño se quedó dormida por tres horas.
- Ya puede ser martes, dijo solo abriendo los ojos.
- Ya puede ser martes, dijo solo abriendo los ojos.
Se compuso lento. Caminó muerta
de frío hacia el baño. Se lavó la cara. Se miró por diez minutos frente al
espejo. Ese no era el carro de Luciana. Era el Volkswagen de Felipe. Tras un
largo suspiro dejó el espejo. Se llevó los dedos a la cabeza, por el rostro,
bajó por sus pechos hasta llegar a su estómago. Se sostuvo por otros diez
infinitos minutos abrazándose.
- Ya puede ser martes, martes 29 de febrero del 96… Es justo como aquel día, Luciana. Siempre parece ser el día siguiente en que te conocí.
- Ya puede ser martes, martes 29 de febrero del 96… Es justo como aquel día, Luciana. Siempre parece ser el día siguiente en que te conocí.
Subió las escaleras. Dejó sus
zapatos en la zapatera. Se quedó frente a la ventana.
- El Volksvagen tuyo era azul.
- El Volksvagen tuyo era azul.
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